txantrea marxista
28 de septiembre de 2017
1 de noviembre de 2015
Engels
señalaba que a veces acontecimientos trascendentales se concentran en un corto
periodo de tiempo, mientras que décadas enteras pueden transcurrir sin apenas
sobresaltos. Precisamente vivimos uno de esos periodos, donde el equilibrio del
sistema capitalista en términos políticos, sociales y económicos se ha hecho
añicos.
Los
últimos cuatro años han significado la entrada en la escena política de
millones de personas, de trabajadores, de una nueva generación de jóvenes, de
parados y jubilados, de sectores de las capas medias que, golpeados con saña
por la crisis del capitalismo, han vivido un proceso de toma de conciencia
acelerado. Años de aprendizaje vital, en los que un amplio sector de los
oprimidos ha tomado el gobierno de sus asuntos en sus propias manos, con todo
lo que ello implica. En este tiempo, el proceso que ya se venía incubando desde
las grandes movilizaciones contra la intervención imperialista en Iraq ha
sufrido un salto cualitativo. La señal fue la explosión del 15M que abrió las
compuertas a una rebelión social de gran calado, a un auge de la lucha de
clases sólo comparable con otras dos épocas: la lucha contra la dictadura
franquista en los años setenta y el proceso revolucionario que nuestro país
vivió en los años treinta. Ha sido necesario ocupar masivamente y de manera
prolongada las plazas y calles para que los pilares en los que se fundamentaba
el régimen nacido del pacto de 1978, haya entrado en una crisis profunda. Sí,
como en todas las grandes transformaciones sociales ha sido la irrupción de las
masas lo que ha subvertido el orden establecido. La derecha se ha enfrentado a
una contestación en las calles sin parangón, pero también los dirigentes
socialdemócratas y las cúpulas de los sindicatos de clase —amarrados a la
política de pacto social y colaboración con la patronal— han sido desbordados
por una marea de movilizaciones masivas, radicalizadas, participativas y
enormemente críticas con los aparatos burocráticos.
El ser
social determina la conciencia, escribió Marx. El topo de la historia ha
cumplido eficazmente su labor: lo que parecía imposible para muchos se ha
cumplido, y la idea de romper con las injusticias del capitalismo, de
considerar a este sistema como un engendro decrépito que no cumple ninguna
función progresista en nuestras vidas se ha abierto paso en la conciencia de
millones. Y cuando las ideas de liberación se apoderan de la mente de la gente,
se transforman en una fuerza material capaz de barrerlo todo.
Este
proceso de fondo ha descolocado todo el tablero político: la correlación de
fuerzas se ha modificado en beneficio de los trabajadores. Y el terremoto
político que ha sacudido a todas las fuerzas políticas y creado un estado de
alarma en los cuarteles generales de la clase dominante tras el 24M, es la
confesión de lo lejos que ha llegado el proceso en el Estado español. Esta es
la causa de la crisis del PP, cuyo último capítulo no ha sido escrito; y del
hundimiento electoral del PSOE, que ha quedado relegado a una tercera o cuarta
posición en muchas grandes ciudades, y cuya dirección se apresta a cumplir
servilmente con los deseos de la burguesía en esta etapa convulsa. El giro
patriotero y la inmensa bandera rojigualda en la que se ha envuelto Pedro
Sánchez para recoger los votos de un sector defraudado con el PP, no evitará
que las fuerzas políticas situadas a su izquierda sigan creciendo y ganando el
apoyo de su base social, y mucho más sí, en una situación desesperada para la
burguesía, se presta a participar en un gobierno de unidad nacional. Sería la
mejor manera de despeñarse por un barranco, pero que nadie dude de que
semejante servicio lo harían con gusto muchos de los actuales y pasados
dirigentes socialistas, siguiendo el camino de sus colegas del PASOK griego.
Una cuestión
estratégica
El
tremendo avance de las fuerzas a la izquierda de la socialdemocracia, el
triunfo de Ada Colau en Barcelona, de Manuela Carmena en Madrid, de las
candidaturas de Unidad Popular en numerosas ciudades, apunta directamente a la
línea de flotación de la clase dominante, pues anima aún más a un resultado
histórico de la izquierda que lucha en las generales de noviembre. La cuestión
ahora se plantea no en términos tácticos sino estratégicos: lograr la Unidad
Popular para que sirva efectivamente al objetivo de transformar la sociedad.
Pues este es el fin, acabar con la lógica del capitalismo, con la sumisión a la
dictadura del capital financiero, con un entramado institucional, de jueces,
leyes y organismos al servicio de los grandes poderes económicos.
La
forma es importante, pero mucho más lo es el contenido. La dirección de
Podemos, con Pablo Iglesias al frente, debe ser consciente de su responsabilidad
en estos momentos. Sin duda son el eje fundamental de la confluencia de la
izquierda que lucha, y sus decisiones tendrán gran trascendencia. Plantear la
unidad en Catalunya con las fuerzas que han hecho posible el triunfo de
Barcelona en Común, con las Mareas Gallegas o con Compromis, y negarse
obcecadamente a intentar esos mismos acuerdos con Izquierda Unida, no se
sostiene si lo que se quiere realmente es derrotar a la derecha y al PSOE.
Obviamente la dirección de Podemos lucha por la hegemonía en la izquierda, pero
eso no está reñido con lograr la unidad con miles de luchadores que se
encuadran en estos momentos en IU o en los movimientos sociales. Y ciertamente,
la debacle lectoral de IU el 24M, por más que algunos se empeñen sólo en ver
las cifras de concejales obtenidos y no la dinámica global, ha servido para que
desde la dirección se tomen medidas que, aunque llegan muy tarde, son un paso
adelante; medidas como romper con esa costra mafiosa que ha dirigido IUCM
durante años y rebajar el tono sectario hacia Podemos, incluso las
declaraciones de Garzón renunciando a ser el candidato a la presidencia por
parte de la Unidad Popular, en un reconocimiento claro a que esa posición la
ocupará Pablo Iglesias. La forma en este caso es lo de menos, lo de más es que
las aspiraciones a esa unidad de la izquierda que lucha es enorme tal como los
resultados del 24M han refrendado, y nadie tiene derecho a frustrarlas, máxime
cuando las diferencias políticas entre los actores protagonistas y los
secundarios son poco perceptibles.
Y en
cuanto al fondo de la cuestión, precisamente la experiencia de Grecia nos
brinda en bandeja grandes enseñanzas. Nos enfrentamos a un enemigo que
movilizará todos los medios a su alcance para derrotarnos. Por eso, pensar
ingenuamente que con ardides parlamentarios, con gestos o con pequeñas medidas
avanzaremos, es no comprender la seriedad del momento. La burguesía española,
como la griega y la europea, no permitirá que un triunfo electoral se
interponga en sus objetivos. Ya lo está dejando más que claro en su campaña de
difamación constante contra los alcaldes y equipos de gobierno de Madrid,
Barcelona, Cádiz y muchos otros.
Lo que
está en juego es mucho para una clase que ha ejercido durante dos siglos el
monopolio del poder, tiene memoria histórica y sabe por experiencia como
empiezan los procesos revolucionarios y como éstos pueden atravesar por una
etapa de desarrollo parlamentario antes de mostrase de una forma descarnada y
abierta. De ahí se desprende además la principal lección de los acontecimientos
griegos: si se quiere llevar a cabo mínimas reformas en beneficio del pueblo,
reformas que por más modestas que sean chocan con los pilares del capitalismo,
con los beneficios del capital financiero y la oligarquía económica, y con los
planes de austeridad y recortes, sí se quieren llevar a cabo esas medidas es
absolutamente necesario movilizar a los trabajadores, a los oprimidos, a la
juventud contra el sabotaje de la clase dominante. Y este camino exige,
inevitablemente, la confrontación contra nuestros opresores, la adopción de
medidas enérgicas para poner bajo el control democrático de la población las
palancas fundamentales de la economía, nacionalizar la banca y los monopolios
para romper las cadenas de la dictadura financiera. No se puede hacer una
tortilla sin romper los huevos. Este es el asunto fundamental.
6 de marzo de 2014
Navarra: ¡UPN kanpora!
Masiva manifestación contra el gobierno de Barcina
Miguel Mitxitorena
Más de 30.000 personas nos
manifestamos el sábado 22 de febrero por las calles de Pamplona, convocadas por
la asociación
de consumidores Kontuz y apoyadas por los sindicatos ELA, LAB, EH-Bildu y otras
organizaciones sociales, para rechazar la corrupción política y
exigir la convocatoria de elecciones anticipadas en Navarra. Queremos que este
gobierno de UPN, inútil y corrupto, desaparezca de nuestras vidas.
El 10 de febrero nos íbamos a dormir la escandalosa
noticia de nuevos desmanes de UPN en Navarra.
La
ex directora gerente de la Hacienda de Navarra, Idoia
Nieves, revelaba públicamente que la titular
de Economía de la Comunidad de Navarra, Lourdes Goicoechea, le había pedido
tratos de favor a algunos contribuyentes (Universidad de Navarra, Caja Navarra
y otros), involucrando también a la presidenta de la Comunidad de Navarra,
Yolanda Barcina,
La respuesta de los grupos de la oposición, con el
PSN más vociferante que nadie, era que esto no podía seguir así y que si se
demostraba lo denunciado la única salida era convocar nuevas elecciones. Si
Barcina no lo hacía, entonces se plantearía una moción de censura y se formaría
nuevo gobierno con la única finalidad de convocar elecciones el 25 de mayo,
coincidiendo con las europeas.
La mayoría de los navarros dijimos: ¡ya era hora! En
contraposición el PP, UPN y toda la derecha mediática españolista montaron un
guirigay del que lo único que se sacaba en limpio era que “el PSN se iba a unir
a ETA para decidir el destino de Navarra”.
La traición continuada del PSN
En las elecciones municipales y al Parlamento Foral
de 2007 en ansia de cambio se plasmó en una participación de más del 75%, con
unos resultados que permitían poder desalojar a UPN tras 10 años en el gobierno
y formar un gobierno de la izquierda.
El PSN estaba dispuesto a pactar con NaBai e Izquierda
Unida para que ese cambio se produjese. Entonces surgieron las mismas voces
desde los sectores ultras del Estado español y de Navarra planteando que eso
era “entregarnos a los vascos”, satisfacer “el objetivo de los terroristas de
ETA”, etc. La dirección estatal del PSOE, haciéndose eco de esta presión,
empujó al PSN a abstenerse y con ello entregar de nuevo el gobierno a UPN.
Esto sucedía en 2007 con una situación relativamente
buena de la economía navarra, con pleno empleo (el paro era el 4,27% de la población
activa y sólo unos 13.000 parados) y con una sensación de que esto iba a durar.
Sin embargo, el estallido de la crisis en 2008 cambia la situación bruscamente.
A mediados de 2011 el paro ya alcanza el
12,64%, afectando a más de 45.000 personas y, gracias a la reforma
laboral del gobierno del PP, esta cifrra supera los 50.000, el 16,83%, siendo
Navarra la comunidad donde más se ha incrementado el porcentaje de paro.
En las elecciones autonómicas de mayo de 2011 el
gran derrotado fue el PSN que perdió 23.000 votos. Aun así, seguía teniendo la
posibilidad de desalojar a UPN del gobierno buscando alianza con otros grupos,
entre ellos Bildu, que obtuvo un 13,3%. Sin embargo, la dirección del PSN
profundizó todavía más en la traición de 2007: si entonces permitieron que UPN
gobernara en 2011, directamente, formaron gobierno con la derecha.
¡Hay que
continuar con la movilización!
Tras la victoria del PP en las elecciones generales
de en noviembre de 2011, UPN agradece los servicios prestados al PSN echándole
del gobierno. Durante estos años se ha privatizado Caja Navarra donde ha habido
millones y millones de pérdidas por una gestión pésima. El gobierno de UPN ha
recortado en educación, sanidad, dependencia, etc., mientras seguían con sus
grandes obras como el TAV de 70 Km. entre Castejón y Campanas, el Reyno Arena,
etc. para dar dinero a sus amigos los constructores. Ahora nos encontramos con
que Navarra, de ser una comunidad modelo en sanidad, educación, servicios
públicos y demás, estamos retrocediendo tanto que se han multiplicado las
protestas de médicos, enfermeras, profesores, bomberos, guardas forestales,
etc. porque, aparte de reducirles el salario, cada día tienen menos medios para
poder atender a su especialidad.
De hecho en los hospitales se han privatizado las
cocinas hospitalarias con la consiguiente bajada brutal de la calidad
alimenticia y ahora quieren privatizar la limpieza con lo que el deterioro será
mayor. Más de 65.000 pacientes están en las listas de espera sanitaria (el 10%
de la población). Todo esto lo ha podido hacer UPN gracias al apoyo, en la
práctica, del PSN, ya que la moción de censura se hubiese podido presentar hace
dos años
Podríamos extendernos mucho más con sus ataques, día
sí día también, a la educación, al euskera, las fiestas populares, etc., pero
la magnífica manifestación del día 22 habla por sí sola de lo harta que está la
gente de Navarra con este gobierno. Sin embargo, la dirección federal del PSOE
está presionando fuertemente a la dirección del PSN para que se niegue a
impulsar la moción de censura contra Yolanda Barcina con el lamentable
argumento de que el escándalo de corrupción no ha quedado probado en la
comisión de investigación, aunque sí “hay un posible delito de tráfico de
influencias”. Esta nueva traición está abocando al PSN a una crisis interna
cada vez más aguda, al estilo de la que está sufriendo el PSC en Cataluña. Lo
que realmente está detrás de esta actitud es el temor del PSOE –que ni siquiera
convocó la manifestación del 22— a que la derecha utilice en la campaña de las
elecciones europeas un eventual acuerdo con Bildu en Navarra, hecho que pone de
nuevo de relieve el seguidismo del PSOE al PP en la cuestión nacional.
Así, si el gobierno de derechas de Barcina
sobrevive, lo hará con menos apoyo social que nunca. Por eso hay que dar
continuidad a la gran movilización del 22 con un plan de lucha que incluya una
huelga general en Navarra hasta tumbar a la derecha.
12 de febrero de 2014
¡La lucha
sirve, la lucha sigue!
La orientación de las masas está determinada, por un
lado, por las condiciones objetivas del capitalismo que se pudre; por otro
lado, por la política de traición de las viejas organizaciones obreras. De
estos dos factores, el decisivo es, desde luego, el primero: las leyes de la
historia son más poderosas que los aparatos burocráticos.
León Trotsky, El Programa de
Transición
En los últimos meses
están estallando conflictos sindicales y sociales con un altísimo grado de
combatividad, muchos de los cuales están resultando en rotundas victorias. La
huelga indefinida de los trabajadores de la basura de Madrid, que frenó en seco
el plan de despidos y la reducción salarial que había sobre la mesa; la
paralización de un ambicioso plan de privatización de hospitales y centros de
salud tras más de un año de intensas movilizaciones de la Marea Blanca en
Madrid o la suspensión de las obras especulativas en Gamonal tras la rebelión
del barrio obrero burgalés, son los más conocidos y han tenido un profundo
impacto social, sirviendo de referencia para luchas posteriores o para inyectar
moral a otras como la de los trabajadores de Panrico de Barcelona, que llevan
casi cuatro meses en huelga indefinida. La explosión de indignación de los
trabajadores de TV3 en Catalunya, por la supresión de su convenio y la caída
abrupta de los salarios (casi el 50%) o la huelga indefinida de las plantas de
Coca-Cola en Madrid y Alicante ante los planes de cierre de la empresa son los
últimos casos de huelgas muy radicalizadas, pero ha habido muchas más: Canal 9
en Valencia, basura de Alcorcón, transporte urbano y limpieza viaria de
Alicante, SDS en Cádiz, Tenneco en Asturias…
Recuperación de las mejores tradiciones
Estas movilizaciones tienen
características comunes. Muchas de ellas irrumpen tras la confirmación de que
las reducciones salariales y los despidos anteriores no garantizan en absoluto
la estabilidad presente, sólo son la antesala de nuevas reducciones salariales,
despidos e incluso cierres. Las conclusiones son claras: primera, la política
sindical oficial de pactar el “mal menor” sin lucha es una farsa y sólo sirve
para envalentonar a la patronal; segunda, la única vía para detener sus planes
es con movilizaciones contundentes. Así, todos estos conflictos han tenido una
potente carga de crítica a la política de pactos y consensos de las cúpulas
sindicales y se han iniciado y desarrollado al margen de su control.
Los métodos de lucha empleados han sido
también muy característicos de esta oleada de movilizaciones: asambleas
participativas, alto grado de organización de las diferentes tareas derivadas
de la huelga, creación de cajas de resistencia, orientación hacia la población
y otras empresas en situación similar… Una trabajadora del comité de Panrico,
en una entrevista que publicamos en este número, refleja muy claramente el
proceso que se está dando: si quieren hacernos retroceder a la situación de hace
cuarenta años ¡habrá que volver a los métodos de lucha de hace cuarenta años!
El estallido del 15-M en 2011 fue sin duda un anticipo, y al mismo tiempo un
aldabonazo, de este proceso de recuperación de las mejores tradiciones y
métodos de lucha de la clase obrera, eclipsados durante mucho tiempo por un
sindicalismo de moqueta que ahora se encuentra en una profunda crisis.
El gran impacto que están teniendo estas
luchas se explica (además de por su contundencia y determinación, siempre
contagiosa) porque conectan con una ambiente social general de profundo
descrédito del capitalismo y sus instituciones. Un descrédito que afecta
también a todas las corrientes políticas que se reivindican de izquierdas —como
la socialdemocracia— pero que defienden el “sistema de libre mercado” y actúan
en consecuencia con sus exigencias.
Unificar la lucha, defender una
alternativa revolucionaria a la crisis capitalista
De la crisis del capitalismo y de la
socialdemocracia no se desprende que los profundos cambios que la clase obrera
necesita tanto en el plano político como sindical vayan a sucederse
automáticamente. Es necesario una lucha consciente y organizada para vencer la
resistencia de los sectores más conservadores y burocratizados de la dirección
del movimiento obrero a abandonar la escena (a pesar de la manifiesta
obstrucción que su existencia supone para la lucha de la clase obrera) y dejar
el paso libre a los sectores más frescos y combativos que están emergiendo en
los últimos años.
En el frente sindical y social la tarea
más urgente a corto plazo es la unificación de todas las luchas, preparar el
éxito de la Marcha de la Dignidad del día 22 de marzo, redoblar la presión para
que UGT y CCOO convoquen una nueva huelga general de 24 horas contra las
medidas del gobierno del PP y organizar una potente corriente sindical de
izquierdas dentro de ellos para acabar con su fracasado modelo de pacto social.
En el frente político es fundamental el
fortalecimiento de Izquierda Unida como alternativa de masas y revolucionaria,
tanto frente a la política de recortes salvajes de la derecha como a la
política de recortes light del PSOE de Rubalcaba. Probablemente, en las
elecciones europeas IU avance mucho, acercándose al PSOE. De hecho, podría
sobrepasarle (como ha ocurrido en Grecia con Syriza respecto al Pasok) si
adoptase un programa más combativo, empezando por romper con la política de
recortes del PSOE en Andalucía (y, por supuesto, obligando a IU de Extremadura
a retirar su apoyo al gobierno del PP en aquella comunidad) y defendiendo una
alternativa clara al capitalismo, que incluya la nacionalización de la banca y
las grandes empresas bajo control de los trabajadores, lo que permitiría
arrancar las riendas de la economía de las manos de esa ínfima minoría de
buitres degenerados que la controlan y planificarla a favor de la mayoría,
poniendo como prioridad el desarrollo social y el bienestar de todos.
¡Únete a la Corriente Marxista El Militante!
http://www.elmilitante.net/
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9 de febrero de 2014
¡Esta es la democracia del PP! Masacre de inmigrantes en las aguas de
Ceuta
¡Basta ya de brutalidad policial contra los
inmigrantes!
Si las cuchillas que el PP volvía a poner en las
vallas de Melilla hace unos meses provocaron la indignación de millones de
personas en todo el Estado por parecernos de un salvajismo y brutalidad
insuperables, en las últimas horas se ha conocido el final dramático que ha
acabado con la vida de un grupo de personas que, cometían el “terrible delito” de
buscar una vida mejor huyendo de sus países de origen.
Según los testimonios de cada vez más medios de
comunicación y testigos presenciales, la respuesta de la Guardia Civil ante el
intento de un grupo de personas de origen subsahariano de cruzar la frontera a
nado, fue el disparo de pelotas de goma contra los flotadores de los que
estaban en el agua; llegando a utilizar incluso gases lacrimógenos contra
ellos. Una actuación injustificable desde cualquier punto de vista y que así ha
sido relatada tanto por los supervivientes como por parte de otros testigos que
presenciaron la actuación policial.
El resultado ha sido, hasta el momento, la muerte de
trece personas, habiendo aparecido los cadáveres de cuatro de ellas esta misma
mañana frente al espigón de la Ciudad de Ceuta y a los que lamentablemente
todavía se podría sumar alguno más en las próximas horas o días.
Se trata de otro vergonzoso y dramático episodio en el
que se evidencia cuál es la política del Partido Popular con los más
desfavorecidos: igual que la vida de los trabajadores en paro o la de los
desahuciados; en esta ocasión queda claro cómo la de los inmigrantes que
buscan, desesperados, cruzar la frontera, les trae sin el menor cuidado. En
cambio, no sucede lo mismo con los inmigrantes que tienen mucho dinero. Por eso
el año pasado el PP aprobó conceder el permiso de residencia a los extranjeros
que comprasen una casa en el Estado español por valor de 500.000 euros. Para el
PP si eres un millonario extranjero (da igual que tu dinero provenga del
narcotráfico, la corrupción, la estafa, el tráfico de personas o de armas)
serás bien recibido y con todas las facilidades, sin embargo si eres víctima
del saqueo que contra tu país se lleva adelante en beneficio de grandes
multinacionales y una capa ínfima de grades propietarios de tu propio país,
automáticamente en el momento que intentes entrar en el Estado español serás
tratado peor que cualquier criminal, hasta con cárceles especiales desprovistas
de derechos fundamentales, como así son los Centros de Internamientos de
Extranjeros denunciadas por diferentes ONGs.
Desde el Sindicato de Estudiantes queremos denunciar
este terrible crimen, solidarizarnos con las familias de las víctimas, así como
con las personas que sufren o han sufrido este tipo de agresiones brutales por
el mero de hecho de ser inmigrantes. Exigimos la dimisión del Ministro del
Interior y la investigación y castigo a los responsable de este horrible
crimen.
¡Nativa o extranjera, la misma clase obrera!
¡Ningún ser
humano es ilegal!
De http://www.elmilitante.net/
30 de octubre de 2013
El capitalismo arrastra a la sociedad hacia la catástrofe. De la protesta social a la lucha por el socialismo |
Escrito por El Militante |
Desde
finales de 2007 la vida de millones de trabajadores y jóvenes en el
Estado español y en todo el mundo se ha visto sacudida por la crisis
económica mundial. Destrucción masiva de puestos de trabajo y cierres de
empresas, hundimiento de los salarios, ataques a los derechos
democráticos, recortes sociales y ofensiva sin cuartel contra la
enseñanza y la sanidad públicas, agudización de la pobreza extrema de
una gran parte de la población, son las más escandalosas manifestaciones
de la terrible situación a la que nos ha conducido el sistema
capitalista.
Al principio de la crisis estuvo muy en boga en los medios de
comunicación burgueses una falsa y superficial autocrítica de su propio
sistema: que si había que controlar más el capital financiero, que si el
capitalismo tenía que “refundarse”, etc. La culpa de la crisis la
tenían unos misteriosos “mercados” y unos desconocidos “especuladores” y
sus oscuras actuaciones (¡cómo si los mercados y los especuladores
fuesen algo distinto a los propios capitalistas!). Luego la cosa cambió y
la idea de que la crisis se ha producido porque “todos hemos vivido por
encima de nuestras posibilidades” adquirió un protagonismo casi
absoluto. Así, en el colmo del cinismo y la desfachatez, los
capitalistas pasaron a culpar de la crisis a los trabajadores, las
víctimas reales de esta hecatombe. La razón del cambio es evidente:
había que dar una cobertura ideológica a la política capitalista de
recortes sociales en beneficio, precisamente, de los “mercados” y los
“especuladores”.
I. La mayor crisis del sistema capitalista en los últimos ochenta años
¿Quiénes son los responsables de la crisis?
La idea de que los trabajadores hemos
vivido con salarios y prestaciones sociales “por encima de nuestras
posibilidades” es profundamente falsa. Además de ser una conquista
política producto de la lucha del movimiento obrero, las prestaciones
sociales —como la sanidad o la educación públicas— representan tan sólo
una pequeña parte de la riqueza que generamos los propios trabajadores
con nuestro trabajo. Exactamente lo mismo podemos decir respecto a
nuestros salarios que, en todo caso, para la mayoría de la gente,
alcanzaban tan sólo para llegar a fin de mes y satisfacer a duras penas
las necesidades más elementales.
Sí, muchas familias trabajadoras, las que tenían la suerte de tener dos empleos “estables”, recurrieron a un préstamo del banco para poder adquirir una vivienda, a unos precios escandalosamente elevados. ¿Eso los pone al mismo nivel que los que se han forrado con el boom inmobiliario, empezando por los propios bancos? ¿Acaso el acceso a una vivienda no es un derecho básico? ¿Cómo se puede comparar con el derecho a la usura y al robo impune, que es el que han ejercido (y siguen ejerciendo) los capitalistas? ¿El hecho de que las familias obreras sufriéramos la doble explotación, la de la empresa y la de los bancos, nos hace también responsables de la crisis y, por tanto, nos obliga a pagar por ella? En realidad, toda esta propaganda interesada intenta ocultar un hecho incuestionable: los bancos se forraron otorgando préstamos para comprar casas a precios desorbitados y, ahora, cuando la economía real lleva años en recesión, cuando la sobreproducción capitalista ha provocado el despido de cientos de millones de trabajadores en todo el mundo y tasas de desempleo pavorosas —en el Estado español superior al 26%— el capital financiero no está dispuesto a perder nada. Las hipotecas sin cobrar, los edificios que no se pueden vender, el terreno en el que no se construye, es compensado con el chorro de miles de millones de euros de dinero público que la gran banca ha recibido estos años. Y estos planes descarados de socializar las pérdidas de la gran banca, que han provocado el aumento de la deuda pública a niveles históricos, se utilizan como excusa para recortar hasta el hueso el gasto social, reducir pensiones y aumentar la edad de jubilación, aprobar reformas laborales que otorgan a los empresarios todo el poder, empobrecer a los empleados públicos y acabar con la enseñanza y la educación públicas. A diferencia de lo que se transmite en los grandes medios de comunicación, la mayor parte de la deuda acumulada en la economía española durante el periodo de crecimiento se concentra en la banca y las empresas (233% del PIB en 2008, frente al 84% correspondiente a las familias y el 47% al conjunto de la administración pública). Grandes empresas y bancos han hecho fabulosos negocios especulando y arriesgando el dinero de los demás y ahora quieren que la factura de su crisis la paguemos todos. Si en los últimos años ha habido un incremento brutal y acelerado de la deuda pública, que realmente ya supera el 100% del PIB, ha sido por los rescates bancarios y por la caída de la recaudación de impuestos derivada de la crisis capitalista. Los capitalistas sí han vivido por encima de sus posibilidades. Además, para los grandes banqueros y empresarios, a pesar de la crisis, la fiesta sigue. Los banqueros están haciendo grandes negocios con la deuda pública y sus ingentes fortunas personales están guardadas en paraísos fiscales y cajas fuertes, en muchos casos bien lejos de los bancos que ellos mismos están llevando a la quiebra y que posteriormente se sanean con el dinero público. Tanto en el Estado español como a escala internacional, la crisis está provocando una concentración de riqueza aún mayor y una brutal aceleración de la desigualdad social. Por ejemplo, las cuatro mayores firmas financieras de EEUU son hoy un 30% más grandes que antes del colapso de Lehman Brothers. En el Estado español, mientras el paro afecta a 6 millones de personas (3,5 millones de ellos de larga duración) y los salarios se han desplomado entre un 7,1% y un 11% desde 2007, el número de ricos creció un 5,4% en 2012, habiéndose alcanzado la cifra de 144.600 personas con grandes patrimonios. Los bancos han ganado hasta junio de 2013 un 58,7% más que el año anterior (5.715 millones de euros). Por más increíble que parezca, antes de que se vislumbre una salida de la crisis, los mismos que la provocaron están subidos en una nueva orgía especulativa que puede llevar a nuevos desastres sociales, económicos y financieros.
¿Qué medidas están adoptando los capitalistas y por qué?
La burguesía reacciona frente a la
crisis de su sistema con medidas que tienden a agravarla. Pero… ¿por qué
lo hacen? Algunos analistas económicos e intelectuales, con gran
ascendencia en la mayoría de los dirigentes de los partidos de izquierda
y de los sindicatos, señalan constantemente la incongruencia entre la
profundidad de los recortes y el objetivo de crecimiento económico,
calificando la política de austeridad de los gobiernos como un “error”.
Pero no podemos olvidar que el objetivo de los capitalistas no es el
crecimiento económico en abstracto, ni resolver las contradicciones
evidentes que genera el sistema capitalista y que emergen con más fuerza
en momentos de crisis. Su objetivo es el incremento de sus beneficios
privados, o al menos su mantenimiento, y en un contexto de profunda
crisis de sobreproducción como el que estamos viviendo, que se va a
prolongar por un tiempo indeterminado, esto se consigue expulsando del
sistema productivo a millones de trabajadores, recortando drásticamente
los derechos sociales y laborales y privatizando los servicios públicos.
Es decir, los beneficios de los banqueros y de los grandes monopolios
(de una ínfima minoría social) se generan a costa de dilapidar la
riqueza social creada por la clase trabajadora. Así,
la reforma laboral, la de las pensiones y los recortes no son, por
supuesto, una solución al desempleo ni a la crisis de la economía
española (a pesar de que el gobierno del PP ha anunciado insistentemente
el fin de la recesión, la economía española sigue sumida en una espiral
depresiva) pero son medidas totalmente coherentes con los intereses
capitalistas y por eso las ponen en marcha con seguridad y contundencia.
La “ayuda” a Grecia, y a los países rescatados, es un ejemplo del tipo de “recetas” que los capitalistas toman para salir de la crisis: el dinero no ha ido a salvar al pueblo griego sino a los bancos franceses y alemanes en posesión de deuda griega. Como consecuencia de los recortes exigidos a cambio de estas ayudas la economía griega ha colapsado; ahora es como un páramo con muchas menos posibilidades de recuperación que antes. El resultado final es el empobrecimiento general de la población, con desempleo de masas, hundimiento de los servicios sociales y de la inversión productiva, mientras el capital internacional (sobre todo alemán, francés y británico) y el griego se enriquecen aún más. En el Estado español se está siguiendo el mismo camino que en Grecia. Ya se ha producido un rescate europeo a la banca, de 40.000 millones de euros; pero es muy probable que tarde o temprano el gobierno tenga que recurrir a un segundo rescate. En todo caso, la factura total del rescate bancario costeado con dinero público (inyecciones de capital, emisiones de deuda avaladas por el Estado y otros mecanismos) ya ha alcanzado ¡219.397 millones de euros! ¿De dónde sale todo este dinero? De los recortes sociales actuales y futuros. Del empobrecimiento general de la población. Detrás de cada medida (rescates, recortes, contrarreformas…) que “no funciona” contra la crisis hay un objetivo (inconfesable para la burguesía) que sí se cumple: se avanza un paso más en la transferencia de riqueza de los más pobres a los más ricos. La burguesía ya ha asumido que el capitalismo ha entrado en una fase recesiva por un largo periodo de tiempo y, por tanto, su objetivo principal es defender sus beneficios robando lo máximo que pueda a los trabajadores, empezando por la disminución de sus salarios, la privatización de las empresas y servicios sociales rentables, la destrucción de derechos históricos y la liquidación de aquellos gastos que los capitalistas consideran improductivos: la sanidad y la educación públicas, la protección de los más débiles, la defensa del medio ambiente y muchos más.
Una crisis global del capitalismo, con epicentro en Europa
Aunque la crisis tenga un carácter
mundial es en Europa donde, en estos momentos, se está manifestando con
mayor crudeza. Después de los rescates de Grecia, Irlanda, Portugal, y
de la banca española, vino el rescate de Chipre, en la primavera de
2013. Ahora está en el horizonte un tercer rescate a Grecia, un nuevo
rescate de la banca española, posiblemente de Italia… Lejos de haber
resuelto nada, los planes de recortes de gastos sociales que han
acompañado a los rescates han significado un empobrecimiento salvaje de
la mayoría de la sociedad, agravando todavía más el problema de la deuda
pública y la crisis de insolvencia de los Estados. La combinación de
deuda pública creciente y economías en declive es la receta acabada para
nuevos episodios de crisis financieras. En el rescate de Chipre la
llamada Troika impuso por primera vez un corralito parcial de los
depósitos bancarios (aunque el plan inicial era que afectara a toda la
población, incluyendo las cuentas bancarias de centenares de miles de
familias trabajadoras). Dijsselbloem, el presidente del Eurogrupo,
afirmó que el modelo de rescate chipriota se podría usar de “modelo para
otros rescates futuros”. Las cantidades ingentes de dinero que el BCE
está inyectando al sistema financiero ha permitido una cierta calma en
los mercados, pero no se ha resuelto ninguna contradicción de fondo y se
están generando nuevos problemas. En cualquier momento se pueden
reproducir nuevos episodios de crisis financiera.
Parafraseando
un comentario periodístico, la Unión Europea se debate entre un
espantoso final o un espanto sin fin. Por un lado, la crisis exacerba
las tendencias hacia la desintegración de Europa: las contradicciones y
los choques derivados de los diferentes intereses de las burguesías
nacionales europeas se agudizan al extremo; por otro, la presión de la
competencia de EEUU, China y Japón por el mercado mundial empuja a
evitar esta desintegración, pero no impide que la dinámica anterior se
siga desarrollando.
El euro es una moneda única asentada en varios Estados y economías, a menudo con intereses contrapuestos. Alcanzar la “plena integración” no es una cuestión técnica, de “arquitectura” o de concepción intelectual sino de homogeneización de los intereses nacionales de las diferentes burguesías, de la creación, en último término, de una nación europea. Sin embargo, el periodo de formación de naciones homogéneas corresponde a la época inicial del capitalismo. Ahora estamos en su fase decadente y, dentro de ella, en una profunda crisis de sobreproducción que está agravando tendencias contrarias, hacia el nacionalismo económico, con su respectivo reflejo en el plano político. La ruptura del euro tendría consecuencias dramáticas y hasta cierto punto imprevisibles en toda la situación económica y política mundial. La vuelta a las monedas nacionales abriría las compuertas a una guerra proteccionista dentro de Europa, provocando un colapso aún mayor de la economía europea y mundial, que lógicamente afectaría de lleno a la economía alemana. Ningún sector de la burguesía mundial desea esta perspectiva, pero lo cierto es que esta posibilidad no está en absoluto cerrada. Todos los pasos para conjurar esta ruptura, además de insuficientes, endebles, inestables, son profundamente reaccionarios desde el punto de vista de los trabajadores, ya que están asociados a garantizar los intereses del sector financiero en detrimento de todas las conquistas sociales de las últimas décadas. En realidad, tanto dentro como fuera del euro, mientras los capitalistas sigan manteniendo el poder económico y político en sus manos, la perspectiva para la mayoría trabajadora es completamente negativa. Lenin dijo que la unidad de Europa bajo el capitalismo era una utopía reaccionaria y nunca esta idea ha estado tan vigente y va tan al fondo de la crisis que estamos viviendo en el viejo continente. La defensa de los intereses de la mayoría implica luchar por una Federación Socialista de Europa, donde las palancas fundamentales del poder económico estén bajo el control democrático de la clase obrera. Los trabajadores tenemos que tener un punto de vista y un programa completamente independientes de tal o cual sector de la burguesía en sus disputas internas. Es evidente que Merkel, en representación de los intereses de la burguesía alemana, y en especial de su sector financiero, ha sido la principal valedora de la política de recortes sociales aplicados en Europa. Pero como dijo Rajoy en una cumbre europea su gobierno seguiría aplicando recortes no sólo por “compromiso con sus socios europeos” sino por “convicción propia”. En otras palabras, los recortes no son sólo una exigencia alemana, sino también de la banca y la patronal española. Incluso el presidente francés Hollande, dirigente del Partido Socialista que fue elegido por el amplio rechazo a la política de ajustes emprendida por Sarkozy, y que se presentó como el principal abanderado de la “política de crecimiento”, de los “eurobonos” y el gran contrapeso de Merkel, poco después de ganar las elecciones anunció un plan de recortes de 30.000 millones de euros, la mitad de los cuales está contemplado en los presupuestos de 2014. Tampoco ha cuestionado el pacto fiscal europeo (es decir, las políticas de austeridad) que había prometido revisar durante la campaña electoral. Es inevitable que, al margen de las intenciones de un gobierno, si este acepta el capitalismo como único sistema posible acabe por defender su lógica y actuar según sus necesidades, con todas sus consecuencias.
¿Es posible un capitalismo diferente?
Hay quien defiende que es posible otro
tipo de capitalismo, un capitalismo de “rostro humano”, más “productivo”
frente al actual, que es más “especulativo”. Pero la especulación no es
una actividad marginal bajo el capitalismo sino que surge de la propia
dinámica del sistema: la lucha por el máximo beneficio en el plazo más
breve de tiempo posible. La especulación es mucho más voluminosa e
intensa que la propia actividad productiva y prueba, por sí misma, la
degeneración del sistema. Los datos son realmente impresionantes: los
productos derivados, los mercados de cambios de divisas y las bolsas
movilizan cada día unos 5,5 billones de dólares, 35 veces más que el PIB
mundial y 100 veces más que el volumen del comercio mundial generado en
un día. Estas cifras valen tanto para el periodo de crecimiento como
para la crisis.
Marx afirmaba que el ideal del capitalista era obtener beneficios sin pasar por el doloroso proceso de la inversión productiva. De hecho, han llegado muy lejos en este camino. Los beneficios capitalistas provienen cada vez en mayor proporción de las operaciones financieras que de las inversiones productivas. Mientras que a principios de los años 80 del siglo pasado aquellas propiciaban el 25% de los beneficios, antes de estallar la actual crisis habían alcanzado ya el 42%. Otro dato significativo de las tendencias de fondo del capitalismo es que la proporción de beneficios destinados a repartir dividendos es cada vez mayor respecto a la reinversión productiva: superior al 60% en el primer decenio del siglo XXI. Es un error distinguir entre “especuladores malos” y “capitalistas buenos”. ¿Quiénes son los misteriosos mercados? Pues personas (por designarles de alguna manera) con nombres y apellidos, que constituyen una ínfima parte de la sociedad y que, sin embargo, acumulan un gigantesco patrimonio financiero, industrial e inmobiliario, determinantes para el funcionamiento y el desarrollo de la economía y la sociedad en su conjunto. Un estudio reciente revela que, sólo en el Estado español, 1.400 personas, un 0,035% de la población, controlan los sectores fundamentales de la economía y una capitalización equivalente al 80% del PIB. A escala mundial se ha demostrado que tan sólo 737 bancos, compañías de seguros o grandes grupos industriales controlan el 80% del valor de las 43.000 principales empresas multinacionales. Un grupo todavía más selecto de 147 entidades controlan el 40% del valor económico y financiero de todas las multinacionales del mundo; entre los 147, domina un grupo todavía más pequeño de 50, en el que están principalmente bancos norteamericanos y europeos. Cuando se habla de los “mercados”, de los “especuladores”, estos tienen nombre y rostro: son Warren Buffet, Bill Gates, Carlos Slim, Amancio Ortega, Botín, Alierta, los grandes multimillonarios que disponen de miles de millones de euros de patrimonio y forman el núcleo fundamental de los Fondos de Inversión internacional. Estos señores y señoras que dominan la economía mundial, que dirigen con puño de hierro la política y toman decisiones trascendentales que condicionan la vida y el futuro de millones de personas en todo el mundo; que dictan las medidas y políticas a adoptar a los gobiernos del planeta, constituyen una oligarquía financiera que nadie ha elegido ni votado. Ellos son la cabeza de la actual dictadura del capital financiero, y luchan tenazmente por incrementar su riqueza personal expoliando el patrimonio público (privatización de empresas públicas, de la sanidad y la enseñanza), creando monopolios privados de servicios básicos en connivencia con la cúspide del aparato estatal (distribución del agua, energía, telefonía, etc.), saqueando los presupuestos generales del Estado (reducción de impuestos, ayudas directas a sus empresas), mientras realizan una huelga de inversiones descarada, cierran empresas y destruyen millones de empleos, empobreciendo a la mayoría de la población. Estos señores no están dispuestos a ceder en sus posiciones e intenciones si no les obligamos a través de una lucha dura, consciente y revolucionaria.
Un punto de inflexión en la historia
Lo mejor que pudo ofrecer el
capitalismo, a escala mundial, lo hizo en los años 50 y 60 del siglo
pasado, cuando se produjo un importantísimo desarrollo de nuevas ramas
productivas (derivados del petróleo, industria automovilística,
aeronáutica, electrónica, industria militar, etc.), la creación del
llamado “estado del bienestar” y prácticamente el pleno empleo. Aún así,
este periodo de prosperidad afectó tan sólo a una pequeña parte de la
población mundial y se dio por una combinación de factores históricos
muy particulares, entre otros la brutal destrucción de fuerzas
productivas como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial y el miedo a
la oleada revolucionaria que sacudió Europa tras la caída de Hitler.
A partir de 1973 el tipo de crecimiento fue muy diferente, con una reinversión de las ganancias en el aparato productivo muy modestas, inaugurando un periodo en el que la actividad especulativa adquirió dimensiones gigantescas. En el boom que transcurrió desde la década de los 90 hasta mediados de la de 2000, que acabó en la crisis actual, a pesar del crecimiento económico y la explosión de beneficios capitalistas, la clase obrera sufrió un duro retroceso en sus salarios y un aumento claro de la explotación (de los ritmos y la intensidad del trabajo), de la precarización de sus condiciones laborales, incrementándose de forma exponencial la desigualdad social. Es significativo que el único país que todavía puede presentar tasas de crecimiento importantes, China, base su expansión en una explotación de la clase obrera semejante a la que sufría en el siglo XIX. Las expectativas que los trabajadores podemos depositar en alguna suerte de capitalismo “de rostro humano” o en una futura recuperación del sistema para resolver nuestros problemas es exactamente ninguna. Los ciclos de recesión y recuperación se han sucedido en toda la historia del capitalismo, pero no todas las crisis son iguales, ni tienen la misma gravedad ni las mismas repercusiones. El sistema capitalista se ha hecho viejo y decadente, y el dominio del sector financiero y de los monopolios se ha consolidado de forma omnipresente. La crisis actual saca a la superficie contradicciones acumuladas durante décadas, especialmente del último boom caracterizado por el auge extraordinario de los negocios inmobiliarios, el endeudamiento masivo y la especulación financiera. De hecho, la que estamos viviendo no es una crisis cíclica “normal”; no se trata de un fenómeno pasajero sino de un punto de inflexión que marca un antes y un después de todo un periodo histórico, con profundas implicaciones sociales, económicas y políticas, como la crisis de 1929, que abrió el escenario de la década revolucionaria de los años 30. Esta crisis no es un acontecimiento casual, un accidente inesperado provocado por circunstancias ajenas al normal funcionamiento del sistema capitalista. Por el contrario, la actual hecatombe demuestra la plena validez del análisis realizado por Marx y Engels hace más de un siglo, que situaba el origen de las crisis económicas cíclicas en el corazón mismo del sistema capitalista, en las contradicciones propias de su mecanismo más básico: la existente entre el carácter social de la producción y la forma de apropiación individual de los beneficios que comporta la existencia de la propiedad privada de los medios de producción. Es decir, existen las fuerzas productivas y la tecnología para crear un auténtico paraíso en la tierra, reducir de manera inmediata el desempleo a tasas insignificantes, lograr unos niveles de bienestar inimaginables, pero todo eso es imposible mientras persista la propiedad privada de los medios de producción y el control que ejerce una ínfima minoría de banqueros y grandes empresarios sobre las palancas fundamentales de la economía y, consecuentemente, del poder político. El objetivo del capitalista es la obtención de beneficios. Los beneficios surgen de la explotación de los trabajadores ya que éstos, en su jornada de trabajo, además de generar el valor de su propio salario, crean un valor extra, la plusvalía, que es lo que se queda el capitalista y de donde éste extrae los beneficios. Para hacer efectivo este beneficio el capitalista tiene que conseguir vender las mercancías que producen los trabajadores de su empresa, y lo hace en condiciones de competencia con otros capitalistas. Esto implica que el capitalista tiene que estar constantemente renovando la maquinaria, lo que le permite abaratar los costes de cada mercancía y tener precios competitivos frente a otros capitalistas. Pero tarde o temprano todos los capitalistas tienen que hacer lo mismo si quieren continuar en el mercado. El incremento de la productividad lleva otro efecto asociado, además del abaratamiento: aumenta la cantidad de mercancías que el capitalista tiene que producir y vender para realizar la plusvalía en un mercado sometido a la competencia. Las crisis surgen periódicamente porque el ritmo de expansión de la producción no puede ser acompañado por el ritmo de crecimiento del mercado, que es más lento. Se produce así una crisis de sobreproducción. Aunque parezca paradójico, las crisis capitalistas no son por falta de medios de producción o por falta de bienes útiles para la sociedad; no son crisis de escasez, sino de abundancia. El problema es que como los medios de producción son propiedad de los capitalistas, todo lo que no sea útil para ellos, todo lo que no sirva para seguir explotando a los trabajadores “sobra” y debe ser destruido o paralizado, aunque sea necesario socialmente. Así, mientras que para los capitalistas “sobra de todo”, coches, pisos, alimentos (en todas las ramas productivas hay saturación), gastos en sanidad, en educación…, millones de personas se ven empujados al paro y a la marginación y los que conservan su trabajo son sometidos a una explotación todavía mayor.
El capitalismo, a través de un largo
proceso histórico, ha llevado el proceso de socialización de la
producción al máximo que se puede llegar en una sociedad basada en la
propiedad privada; en eso ha consistido su misión histórica progresista.
Sin embargo, estas fuerzas productivas están aprisionadas en el marco
de la propiedad privada, en los conflictos de intereses de las distintas
burguesías nacionales y en el mezquino afán de beneficios privados. La
misión histórica de los capitalistas está totalmente agotada y su
existencia es un auténtico obstáculo para el progreso social y la
verdadera causa del caos económico y de las crisis. Los dos grandes
obstáculos para el progreso humano son la propiedad privada de los
medios de producción y el Estado nacional burgués.
La única manera de salir de la crisis es liberando las fuerzas productivas, las fuentes de creación de riqueza, de los llamados “mercados”. Efectivamente, habría que expropiar a poquísimas personas para que la inmensa mayoría de la sociedad pudiese vivir decentemente. Hay una forma de acabar con los “desequilibrios presupuestarios” y los “déficit excesivos” realmente eficaz y, además, en beneficio de la gran mayoría de la sociedad: nacionalizando todo el sistema financiero y las empresas estratégicas, sin ningún tipo de indemnización, y colocándolos bajo el control democrático de la clase obrera. Partiendo de esta medida se podría poner en marcha un plan de inversiones y producción al servicio de los intereses y necesidades de la mayoría de la sociedad. De esta forma el desarrollo económico, social y cultural daría un salto de gigante. Nada impediría que todo el mundo pudiera trabajar en buenas condiciones y con un trabajo decente; que cada avance técnico redundase en más tiempo libre para desarrollarnos en todo el potencial que nos brinda nuestra condición humana, que es infinito.
II. Un programa de lucha por el socialismo
La crisis está provocando una
transformación en la conciencia de millones de personas, una tremenda
intensificación de la lucha de clases y la desautorización de la
política burguesa, de sus instituciones (parlamentos, jueces, aparato
estatal). Como fenómeno mundial, la crisis ha supuesto la ruptura del
equilibrio capitalista en todos los planos: en el económico, en el
político, en el militar, en las relaciones internacionales. Pero el
aspecto más significativo ha sido la entrada en la escena de los
trabajadores y la juventud, que con movilizaciones masivas han sacudido
de arriba abajo la sociedad. La perspectiva de la revolución socialista
se ha hecho realidad, a pesar de los capitalistas y de los dirigentes
reformistas del movimiento obrero que renunciaron hace mucho tiempo a la
lucha por el socialismo y se convirtieron en defensores de este
sistema.
En América Latina, donde la lucha revolucionaria sigue abriéndose paso, o en la heroica movilización de los trabajadores, los desempleados y la juventud del mundo árabe, que ha derribado dictaduras sangrientas (apoyadas y financiadas durante décadas por las potencias “democráticas” de occidente), la crisis capitalista ha actuado como catalizador. En Grecia, donde la población sufre una auténtica catástrofe por los planes de ajuste decididos por la UE, el FMI y el BCE, la rebelión social se ha transformado en una auténtica crisis revolucionaria: en el orden del día se ha colocado la posibilidad de que los trabajadores tomen el poder y acaben con el capitalismo. Y, por supuesto, en el Estado español —donde en menos de dos años el gobierno de Rajoy ha llevado a cabo una ofensiva sin cuartel contra los derechos democráticos, las condiciones de trabajo, la sanidad y la educación públicas, las pensiones, el subsidio de desempleo y un largo etcétera— se ha desatado el movimiento de contestación social más amplio desde los años de la Transición. La lista de movilizaciones en las que los trabajadores y los jóvenes han demostrado su fuerza y su voluntad de lucha es larga: la gran huelga general del 29 de marzo de 2012; la huelga indefinida de los pozos mineros y la marcha a Madrid; las movilizaciones masivas de los empleados públicos en julio de 2012; las ocupaciones de fincas y la marcha de los jornaleros andaluces; la marcha estatal a Madrid del 15 de septiembre de 2012; la movilización de decenas de miles en Madrid para rodear el parlamento del 25-S, la represión policial brutal y la manifestación aún más masiva del 29-S; la huelga general en Euskal Herria el 26-S y la segunda huelga general en todo el Estado ese mismo año, el 14-N. La lucha en el frente educativo, contra los recortes y la ley Wert ha sido también muy intensa: en octubre de 2012 y febrero 2013 el Sindicato de Estudiantes convocó dos huelgas de 72 horas, que contaron con una participación masiva de los estudiantes y el respaldo activo del profesorado y los padres. El 9 de mayo la participación en la huelga general de toda la comunidad educativa (de infantil a universidad) en todo el Estado volvió a ser multitudinaria, dejando claro que el gobierno estaba totalmente aislado defendiendo la LOMCE y que las espadas quedaban en alto para el siguiente curso. Efectivamente, el curso 2013-2014 ha empezado con la impresionante huelga indefinida de los profesores de Baleares, que está contado con una participación multitudinaria y con la convocatoria por parte del Sindicato de Estudiantes de una nueva huelga de estudiantes de 72 horas que culminará con una nueva huelga general de toda la comunidad educativa en todo el Estado (22, 23 y 24 de octubre). También merece una mención el movimiento contra los desahucios encabezados por la PAH, que cuenta con un apoyo masivo entre la población. Y la lucha de la Marea Blanca contra los recortes en la sanidad pública que en Madrid, donde el movimiento ha alcanzado un grado altísimo de participación y de autoorganización, ha conseguido conquistas parciales importantes como la parálisis, por decisión de un tribunal, de los planes de privatización de varios hospitales y centros de salud. Luchas que revelan el estado de ánimo de los oprimidos, de los parados, de la juventud, de los pensionistas, de los trabajadores víctimas del despotismo empresarial, de los que sufren. Y, como han gritado millones de gargantas: ¡Sí se puede! ¡Somos más, tenemos fuerza, podemos derrotarlos!
Un gobierno débil
Uno de los argumentos que se sigue
esgrimiendo por parte de muchos dirigentes sindicales y políticos
reformistas para demostrar la “debilidad” de la clase obrera, y por lo
tanto la “utopía” de plantearse seriamente cualquier tipo de estrategia
encaminada a transformar la sociedad, es la supuesta fortaleza de la
derecha y su mayoría parlamentaria. Sin embargo, el principal factor que
propició la victoria del PP en noviembre de 2011 fue el profundo
descrédito de la política socialdemócrata y su capitulación total frente
a la presión de los poderes económicos, nacionales e internacionales,
que tuvo un claro efecto desmovilizador en la izquierda en el plano
electoral. Eso se combinó con las expectativas que todavía conservaban
amplios sectores de las capas medias en que el PP podría resolver
rápidamente la crisis y devolverles al periodo anterior de “vacas
gordas”.
En muy poco tiempo, la dinámica de los hechos y la experiencia concreta del gobierno del PP ha puesto las cosas en su sitio. Las ilusiones en que la situación económica podía cambiar a mejor se han esfumado completamente y la crisis y las medidas de recorte están afectando de lleno a una parte importe de la base electoral del PP. El impacto de la movilización de masas, y no la lamentable y titubeante oposición de Rubalcaba y sus continuos llamamientos a la derecha a un gran pacto social, es lo que está contribuyendo decisivamente a crear este clima de aislamiento del gobierno del PP, visto cada vez más como lo que realmente es: un grupo de títeres mezquinos a las órdenes del capital financiero. El caso Bárcenas ha completado el cuadro, evidenciando la corrupción generalizada que reina en el PP y poniendo aún más a la claras que el gobierno de Rajoy está al servicio de los capitalistas. Tenemos un gobierno cada vez más aislado socialmente, deslegitimado en la calle y sin ninguna credibilidad. Lo que era en apariencia un gobierno “fuerte”, en virtud de la manifiesta incapacidad del reformismo de ofrecer una salida a la crisis, se está revelando débil, extremadamente débil, en virtud de una protesta social y un malestar cada vez más amplio y evidente.
Descrédito del régimen burgués y sus instituciones
La sucesión de ataques, cada cual más
brutal que el anterior, ha destruido cualquier ilusión en que los
retrocesos son parciales, “para salvar lo fundamental del llamado Estado
del bienestar”, o son temporales, “para recuperar todas las conquistas
cuando se retome la vía del crecimiento”. Los gobiernos ni siquiera se
preocupan seriamente de transmitir tales ideas. Sólo tienen ojos,
sensibilidad y reflejos para satisfacer a los llamados “mercados”.
Drásticas medidas políticas y económicas se toman al ritmo del silbato
de los grandes capitalistas, de la subida de la prima de riesgo, del
pánico financiero o de la perspectiva de una inminente suspensión de
pagos. Mientras, el sufrimiento y las preocupaciones de la mayoría de la
sociedad son despreciados olímpicamente. En el empeño de servir
fielmente a los poderosos han vapuleado y pisoteado los derechos
democráticos conquistados en la lucha contra la dictadura franquista, y
aquellas instituciones que ellos mismos han tratado de mitificar durante
años con el fin de engañar a la mayoría de la población, se
desacreditan aceleradamente. Nunca ha sido tan evidente para tanta gente
que las decisiones fundamentales, tanto políticas como económicas, se
toman fuera del parlamento y al margen de los gobiernos (se toman
realmente en los despachos de los grandes bancos y fondos de inversión).
¡Y eso que la gran mayoría de los parlamentarios y de los gobiernos son
completamente afines a los intereses de los grandes capitalistas!
El principal resorte que ha manejado la burguesía para mantener su dominación en Europa y en los países desarrollados, es la percepción social de la viabilidad del capitalismo como sistema capaz de garantizar una vida mínimamente digna para la mayoría de la gente. Sin embargo, ya antes de la crisis, debido a la generalización del trabajo precario y al paulatino deterioro de las prestaciones sociales, el capitalismo empezaba a ser cuestionando por un segmento significativo de la población. El enorme peso social de la clase obrera y su disposición clara a la lucha; la proletarización de las llamadas “capas medias”; la gran pérdida de autoridad de los dirigentes reformistas para detener el proceso de movilización y de avance en la conciencia, son factores que se han reforzado con la crisis, dándose un salto cualitativo y cuantitativo en la crítica al sistema y a las instituciones que lo sustentan, que están sufriendo un descrédito político muy extendido y profundo.
Por supuesto que sería un grave error
subestimar la fuerza y la capacidad de maniobra de la clase dominante, y
los marxistas no lo hacemos. Llevan toda la vida en el poder, manejan
los recursos económicos, los medios de comunicación y el aparato
represivo del Estado. Pero eso es insuficiente para dar estabilidad a su
sistema y para detener el movimiento de las masas y su voluntad de
cambio.
Respecto al papel de los medios de comunicación, lógicamente, ejercen una gran influencia en crear un estado de opinión en un momento determinado, en manipular información, en esconder determinadas noticias. Pero la propia experiencia demuestra que esto no ha impedido que en el Estado español se produjeran impresionantes movimientos de masas, ni que sectores muy amplios de la población saquen conclusiones políticas muy avanzadas. Es más, la actitud provocadora de los medios más reaccionarios ha servido en no pocas ocasiones de incentivo a la movilización. Lo mismo podemos decir respecto a la represión. Este es un tema muy serio y debemos luchar decididamente contra todas las medidas, leyes y actuaciones del gobierno, de los jueces, de la policía que atacan, merman o vulneran los derechos democráticos, la libertad de expresión, de reunión, de organización y de manifestación. Pero también es importante entender que para la burguesía, la utilización de la represión en estos momentos tiene sus límites y generalmente provoca efectos contrarios de los que pretende, como vimos en las movilizaciones del 15-M, en las luchas estudiantiles recordadas como la “primavera valenciana” y en el resto del Estado. La represión no detiene el movimiento, porque existe un proceso en el que cientos de miles de personas han perdido el miedo, se sienten fuertes y confían en la lucha. Lo que predomina por encima de cualquier otro factor entre un sector considerable de la población es la voluntad de participar y de cambiar las cosas. Además, la enorme polarización política afecta también al aparato del Estado: sus escalones más bajos viven en condiciones semejantes a los trabajadores, tienen numerosos vínculos con la “vida civil” a través del entorno familiar y social, y están afectados duramente por la política de recortes. La participación de miles de policías municipales y nacionales en las manifestaciones de los empleados públicos el 19 de julio de 2012, incluso el sabotaje que se dio por los propios policías en esa misma jornada inutilizando decenas de furgones de antidisturbios, es un síntoma evidente de la profundidad de la crisis social y de que las divisiones dentro del propio aparato estatal se van a ahondar en el próximo periodo. Con el telón de fondo del desempleo masivo, los recortes sociales y las ayudas multimillonarias a la banca, también hemos presenciado la bochornosa actuación de la monarquía, con el rey cazando elefantes en África, su nieto disparándose en el pie también de caza, y su hija y yerno robando (presuntamente) dinero público a manos llenas. El deterioro de la institución monárquica es especialmente significativo en la medida que la burguesía y los dirigentes reformistas han hecho muchos esfuerzos en presentarla como garantía de democracia y unidad, y al rey como un hombre “campechano, demócrata y moderno” con el fin de utilizarlo como recurso de estabilidad política en los momentos de mayor tensión social y enfrentamiento entre las clases.
Las organizaciones de la clase obrera
El factor más destacado para que la
burguesía pueda seguir maniobrando y mantenga el control de la situación
por el momento, es la política reformista y conciliadora de la
dirección de los grandes sindicatos de clase y partidos tradicionales de
la izquierda.
Las organizaciones políticas y sindicales de la izquierda nacieron para defender de forma consecuente los intereses de la clase obrera y luchar por la transformación socialista de la sociedad. Sin embargo, en la medida que sus dirigentes han aceptado este sistema como el único posible han acabado asumiendo cada una de sus exigencias, en detrimento obviamente de las aspiraciones de su base social. Al carecer de una alternativa programática y estratégica frente a la burguesía, los dirigentes reformistas, socialdemócratas, acaban irremediablemente capitulando ante sus presiones. En lugar de actuar como dirigentes de las masas frente a las agresiones capitalistas, de apoyarse en la inmensa fuerza de los trabajadores y defender un programa socialista y revolucionario frente a la crisis capitalista, se erigen en “hombres de Estado”, en mediadores de la lucha de clases, en paladines del pacto social y del consenso, justamente cuando lo que hace más falta es una estrategia y una alternativa clara para derrocar el capitalismo. Han asumido este papel tan profundamente que la creciente desestabilización económica, social y política del sistema capitalista, más el riesgo de que la protesta de los trabajadores se eleve a la categoría de una verdadera revolución, les provoca desconcierto, parálisis y, en muchos casos, una búsqueda desesperada del “consenso” perdido, la insistencia en políticas de pactos y la defensa de posiciones todavía más a la derecha. La explicación del giro a la derecha de los dirigentes sindicales de CCOO y UGT de los últimos años no está en la falta de voluntad de lucha de la clase obrera; no es producto de que reflejen el sentir de los trabajadores, sino de su divorcio con ellos, un divorcio que les ha llevado a una profunda y duradera crisis política que afectará de lleno a sus organizaciones. El síntoma más evidente de esta crisis es que, a pesar de su empeño en contener la movilización e introducir continuamente prejuicios e ideas confusas con el fin de retraer la toma de conciencia de las masas, estas están avanzando y sacando profundas conclusiones de cada experiencia, en muchos casos de carácter revolucionario. La crisis del capitalismo es también la crisis del reformismo, independientemente del ritmo con que esta última se desarrolle. El principal problema para los dirigentes reformistas es que todas y cada una de sus tesis centrales carecen de la más mínima consistencia. La idea fundamental de la socialdemocracia ha sido, históricamente, que era posible alcanzar poco a poco una suerte de capitalismo de rostro humano. Que con reformas graduales y una creciente participación del Estado en la economía se podrían alcanzar mejoras sociales y poco menos que llegar al socialismo sin que los capitalistas se dieran cuenta del cambio. Por supuesto que los marxistas defendemos con firmeza las mejoras alcanzadas en las últimas décadas por la clase obrera. Lo que no olvidamos es que las conquistas más importantes, tanto en el terreno social como en el de los derechos democráticos, han sido un subproducto de la lucha revolucionaria de las masas, de mucha organización y una voluntad tenaz para cambiar profundamente las condiciones de vida de la mayoría. Del mismo modo, decimos hoy que la única forma de preservar estas conquistas que están siendo destruidas por la burguesía es mediante una rebelión social que conduzca a un cambio revolucionario de las bases económicas y políticas de la sociedad. La incompatibilidad de la política socialdemócrata y reformista con los intereses generales de la clase obrera ha llegado a su grado extremo con la crisis capitalista. En el terreno sindical, el “realismo” reformista se reduce a tratar de “consensuar” los ataques; pero cada concesión debilita al movimiento obrero, cercena derechos históricos y prepara el terreno para más ataques, no sólo a nivel general, sino en cada empresa. En el político, cuando la socialdemocracia está en el gobierno, como ocurrió con Zapatero y en Grecia y Portugal, no ha hecho ascos a una política de recortes sociales, de ajustes, de solicitud de “rescates”, de aplicar medidas que han vaciado los bolsillos de la mayoría trabajadora para enriquecer aún más a los ricos, y han asfaltado el camino a la derecha. Cualquier alternativa política y sindical que pretenda servir a los intereses de la mayoría de la sociedad tiene que partir del reconocimiento de una realidad básica: en esta fase de crisis y decadencia del capitalismo mundial, lo que es elemental e imprescindible para los capitalistas contradice de forma absoluta lo que es básico e imprescindible para los trabajadores y sus familias. Todo intento de conciliar estos intereses contrapuestos lleva a la colaboración con quienes controlan las palancas del poder, el gran capital financiero y las grandes empresas, y a la asunción de sus objetivos y necesidades. Por eso, una alternativa que defienda los intereses básicos de la mayoría de la población, que luche consecuentemente contra el paro, en defensa de la sanidad y la educación públicas, por una vivienda para todos..., debe plantearse una ruptura abierta con el sistema capitalista. Desde el punto de vista del ambiente entre la clase obrera y su nivel de conciencia, el hecho más significativo, puesto de manifiesto repetidamente antes y después de la crisis, es que en todas las movilizaciones, protestas y luchas que se han producido en los últimos años, la base de los sindicatos y la base electoral y militante de las organizaciones de la izquierda ha estado un millón de veces más a la altura de las circunstancias que sus dirigentes. Lo que debemos destacar de la actitud de los trabajadores y de la juventud en el Estado español en los últimos años es que se ha alcanzado un nivel de movilización y de compresión de la situación política como no se conocía desde los años setenta. La tarea central en estos momentos es levantar y construir una fuerte corriente socialista y revolucionaria, que se plantee la lucha por la transformación de la sociedad, que defienda este programa en el seno de las organizaciones de la clase obrera.
De la lucha contra los recortes a la transformación de la sociedad
La crisis del sindicalismo reformista,
de pacto social, de renuncia a entender la lucha obrera en defensa de
nuestros derechos y condiciones laborales como parte de un combate
político más amplio por transformar la sociedad es uno de los
acontecimientos más destacados de este periodo. Pero una dirección
caduca, que ha sido superada por los acontecimientos, por una situación
objetiva que no da margen para las reformas sino que pone encima de la
mesa una lucha de clases descarnada, puede mantenerse todavía por un
tiempo si no existe una alternativa. Y esto plantea una tarea urgente.
Los grandes sindicatos de clase no van a desaparecer. Es un completo error pensar, como algunos sectarios ultraizquierdistas defienden, que este es el momento del “sindicalismo alternativo”, que hay que abandonar los sindicatos de clase. Una y otra vez, cuando la clase obrera se pone en marcha lo hace a través de sus grandes organizaciones, lo que no supone que mantenga una actitud pasiva o complaciente con la política de sus dirigentes, todo lo contrario; la crítica, la oposición a la paz social, la desconfianza por tantas luchas abandonadas, lo que demuestra es que existe un terreno fértil para realizar un trabajo enérgico, y paciente, en los sindicatos de clase por construir una fuerte corriente de oposición de izquierdas, que gane el apoyo de miles de delegados sindicales y trabajadores a una acción basada en el sindicalismo de clase, democrático, combativo y con un programa revolucionario y socialista. Los trabajadores y sindicalistas de El Militante defendemos esta estrategia, una posición marxista coherente frente a los atajos que sólo conducen a aislar a una capa de activistas del conjunto del movimiento obrero y maleducarlos de cara a las impresionantes tareas que el futuro inmediato de la lucha de clases presenta ante nuestros ojos.
Las direcciones de CCOO y UGT se
encuentran en una encrucijada. Sometidas a una presión despiadada por
parte de la CEOE y el gobierno, continúan balbuceando las viejas ideas
de colaboracionismo sindical, de pactos y “concertación social”, algo
que no sirve para aplacar las exigencias de los capitalistas, no
producen ningún fruto tangible para los trabajadores, y les debilita
ante su base social. Por otra parte, el descontento con sus políticas,
con su estrategia, con sus vacilaciones es cada vez más estruendoso
entre miles de activistas y trabajadores avanzados, un fenómeno que se
extiende ahora, de manera abrupta, entre capas más amplias de los
trabajadores. No hay que ser muy perspicaz para darse cuenta de que las
direcciones sindicales se han visto desbordadas en estos dos últimos
años, tanto por el movimiento de protesta general del 15-M, como por
otras luchas como la que están protagonizando los estudiantes, padres y
profesores en el frente educativo o la rebelión de los trabajadores del
sector sanitario con la llamada Marea Blanca.
De forma recurrente, para justificar su línea sindical, los dirigentes de CCOO y UGT argumentan que en Grecia, las numerosas huelgas generales convocadas desde el inicio de la crisis y el rescate, “no han servido para nada”, ya que no han frenado los ataques. En realidad se trata de un argumento falso e impregnado de un pesimismo servil. Lo primero que hay que decir es que las huelgas generales, las sectoriales, las manifestaciones, han constituido una enorme escuela de experiencia para millones de trabajadores y jóvenes, una experiencia fundamentalmente positiva. Ha ampliado la conciencia de que somos fuertes y somos más; de que sí se puede acabar con el poder y los privilegios de una minoría, tal como se corea en las manifestaciones. Ha situado al movimiento obrero en mejores condiciones para sacar las conclusiones tácticas, estratégicas y políticas necesarias para poner punto y final a la insoportable situación que el capitalismo ha impuesto a la mayoría de la población. La amplia, continuada y profunda movilización de las masas griegas ha sido la base fundamental por la que toda la maquinaria política de dominación de la burguesía griega se ha resquebrajado. Tanto la derecha burguesa, como la derecha reformista, así como todas las instituciones burguesas, están profundamente desacreditadas ante la población. De hecho, en Grecia, a través de la experiencia de ataques despiadados y recortes de todas las conquistas sociales que conferían un carácter civilizado a la vida, pero también de las luchas masivas, la clase obrera y la juventud han llegado a la conclusión de que hay que cambiar de raíz el sistema, de que la transformación socialista no es ninguna utopía. La movilización en la calle ha sido el puente para transitar hacia una situación abiertamente revolucionaria como la que hoy vive Grecia. Es evidente, no obstante, que la convocatoria de movilizaciones y huelgas generales es insuficiente para asegurar el éxito de la revolución y acabar con el capitalismo. La lucha contra los recortes no es una lucha sindical, aunque los sindicatos deben jugar un papel determinante, sino política. En estos momentos, las condiciones para que la clase obrera tome el poder en sus manos y lleve a cabo la transformación socialista de la sociedad no sólo es posible sino que constituye la única alternativa al caos en que ha sumido la crisis capitalista a la sociedad griega. Y esta tarea, que los reformistas consideran siempre imposible y una utopía, es perfectamente realizable partiendo del nivel que ha alcanzado la propia lucha de clases en Grecia. Impulsando la creación de comités revolucionarios en todas las fábricas, barrios y localidades, basados en las asambleas, cuyos miembros deben ser elegidos democráticamente por los trabajadores y la juventud, se pueden llevar a cabo las tareas de la revolución socialista: el control obrero de la producción, y de la vida social; la organización de una huelga general indefinida para tomar el control de los centros de poder económico y político; el establecimiento de un Parlamento Revolucionario integrado por los delegados de todos estos comités para adoptar las medidas descritas anteriormente; la organización de la autodefensa de la clase obrera (en cada fábrica, en cada sindicato, en cada centro de estudio y en cada barrio) contra las bandas de matones fascistas de Amanecer Dorado que actúan en plena connivencia con el aparatado del Estado capitalista griego; un llamamiento fraternal a los soldados e incluso a los miembros de los sindicatos de la policía a servir al pueblo, estableciendo comités revolucionarios y plenos derechos democráticos en su seno; y la extensión de este plan de acción al conjunto de la clase obrera europea: bajo la UE de los capitalistas y los banqueros no hay salida, pero bajo una Grecia fuera de la UE pero capitalista tampoco. Es necesario levantar la bandera del internacionalismo proletario que lleva inscrita la consigna de los Estados Socialistas de Europa. Lo que revela la experiencia de Grecia es que a pesar de la falta de apoyo social de los partidarios de los recortes y de la enorme capacidad de lucha y de sacrificio de los trabajadores, es necesaria una táctica y una estrategia revolucionaria, basada en la experiencia histórica del movimiento obrero internacional. Los militantes de la izquierda que se agrupan en el Partido Comunista (KKE), en Syriza, en los sindicatos, deben ser ganados a esta bandera, que no es otra que el programa del marxismo. Esta es la llave para resolver la crisis griega en beneficio de los oprimidos.
Las tareas del momento
En el Estado español, la tarea más
urgente a corto plazo es unificar la lucha de todos los sectores
afectados por la brutal ofensiva emprendida por el PP, en un movimiento
huelguístico contundente y que vaya a más. Uno de los ataques más graves
que el gobierno está preparando a corto plazo es la reforma de las
pensiones, con la que recortarán 33.000 millones de euros el gasto
público, rebajando brutalmente el ya menguado poder adquisitivo de los
pensionistas; curiosamente este “ahorro” se lo comerá la banca en un
solo año ya que en los presupuestos de 2014 el gobierno prevé un gasto
de más de 36.000 millones en concepto de pago de intereses de la deuda.
Pero sobre la mesa está también la reforma franquista de Wert en el
terreno educativo, una nueva ronda de despidos en la administración
pública, una nueva vuelta de tuerca en la Reforma Laboral, etc. A pesar
de su descrédito y su debilidad el gobierno de Rajoy tiene el mandato
claro de los capitalistas de seguir con los ataques y agotar la
legislatura.
Las direcciones de CCOO y UGT están recurriendo a la táctica del avestruz y mirando para otro lado, negándose a convocar una huelga general. Buscan la forma de sacarse de encima su responsabilidad apelando a los viejos e insostenibles argumentos de que “no hay ambiente”, “no se puede hacer nada”, “el PP tiene mayoría”, etc. Hay que presionar al máximo para la convocatoria de una huelga general. Si finalmente los dirigentes sindicales la convocan, debido al ambiente que existe en la base de los sindicatos y en la sociedad, la huelga no puede ser un fin en sí mismo. Hay que sacar las conclusiones de la experiencia de las huelgas generales del 29 de septiembre de 2010 (contra recortes del gobierno de Zapatero), y del 29 de marzo y 14 de noviembre de 2012 (contra los ataques del gobierno del PP). A pesar del éxito rotundo de las mismas, a pesar de que fueron producto de una enorme presión por abajo, los dirigentes de CCOO y UGT pusieron todo su empeño, en todas estas ocasiones, en cortar artificialmente la continuidad de la movilización.
La huelga general debe ser un medio para
elevar el grado de organización y conciencia de la clase obrera, de la
juventud, de los sectores decisivos de la sociedad. Debe ser organizada
de manera combativa, sobre la base de asambleas en todos los centros de
trabajo, democráticas, donde la clase obrera se pueda expresar, tomar
iniciativas y cohesionarse. Asambleas de verdad, no reuniones mal
convocadas, sin ningún poder de decisión, que sólo sirven para escuchar
las ideas rutinarias de dirigentes que no tienen confianza alguna en la
lucha. Este método, o lo que es lo mismo, recuperar las tradiciones del
movimiento obrero, es fundamental para garantizar el éxito de la
movilización. Junto a las asambleas es necesario organizar comités de
lucha en cada centro de trabajo y empresa, integrados no sólo por los
delegados sindicales sino abiertos a todos los trabajadores que quieran
jugar un papel activo. Es necesario el aire fresco de las nuevas capas
que se incorporan sin prejuicios a la lucha, sin el peso muerto de las
pasadas derrotas, sin el escepticismo que es uno de los mayores enemigos
que tenemos que combatir. Precisamente la consiga ¡Sí se puede!, en el
actual contexto, es un obús a la línea de actuación de muchos dirigentes
y cuadros medios del aparato sindical que siempre echan la culpa a los
trabajadores por fracasos que sólo son de su exclusiva paternidad.
Desde la Corriente Marxista El Militante, llamamos a todos los delegados sindicales, a todos los trabajadores a mantener la presión en las calles, con manifestaciones y acciones en todos los sectores, que deben tener también como eje la exigencia a las direcciones de los sindicatos de clase, especialmente de UGT y CCOO, de que convoquen inmediatamente a la huelga general, a unificar la lucha, y a llenarla de un contenido y una alternativa clara:
Construir una alternativa revolucionaria
La movilización contra el PP y sus
medidas tiene que estar ligada a la defensa de una alternativa al
capitalismo y a una estrategia que lleve a los trabajadores a tomar el
control sobre los medios de producción. La lucha sindical y social no
puede estar separada de la lucha política por la transformación
socialista de la sociedad. Al contrario, para que la movilización tenga
continuidad, incremente su fuerza y organización, incorpore cada vez a
más sectores, es fundamental que esté unida a una perspectiva viable,
que dé sentido y coherencia a todas las luchas parciales y a todos los
pasos concretos que demos en la movilización. Así, es necesario combinar
exigencias inmediatas con toda una serie de medidas encaminadas a
organizar la economía y la sociedad sobre bases completamente
diferentes.
La crisis capitalista está subrayando el papel parasitario de la banca, dejando en evidencia que su “función social” como dinamizadora de la economía es una pura falacia. En realidad, la banca, en manos privadas, es un inquietante agujero negro que amenaza con engullir toda la riqueza creada por la sociedad. Los bancos han actuado como gigantescos motores de drenaje de dinero público, que ha sido canalizado hacia las cuentas corrientes secretas y cajas fuertes de las familias más pudientes del país. ¿Qué sentido tiene que la propiedad y los criterios de funcionamiento de estos bancos sigan siendo privados cuando no podrían sobrevivir ni un segundo sin las cantidades ingentes de dinero público que están recibiendo? El Estado avala los préstamos, garantiza los fondos, compra los activos que no valen nada, amplía capitales y paga intereses que constituyen una parte cada vez más importante de sus beneficios. Esa es la pura realidad. ¿Y qué hacen a cambio los “emprendedores” que están al frente de estos bancos? Poner el cazo. El negocio no puede ser más redondo y su inutilidad social más absoluta. La primera medida que habría que tomar para luchar contra la crisis capitalista y sus devastadores efectos, es llevar a cabo la expropiación de la banca, del conjunto del sector financiero, sin indemnización, y no la nacionalización de sus pérdidas, como se ha hecho con Bankia y otros. Para la burguesía la nacionalización tiene la finalidad de que todos paguemos las pérdidas provocadas por este desastre, para luego privatizar Bankia en beneficio de los de siempre. Por lo tanto, estamos en contra de esta nacionalización burguesa, hecha con criterios capitalistas y pilotada por los mismos capitalistas responsables de la crisis. Estamos a favor de la nacionalización con criterios y métodos totalmente distintos, que beneficie a la mayoría de la sociedad. Para ello, en primer lugar, hay que nacionalizar todo el sistema financiero, no sólo su parte ruinosa. En segundo lugar, esta nacionalización tiene que ser sin indemnización (salvo a los pequeños accionistas o en casos de necesidad comprobada) y complementada con la expropiación de las grandes fortunas personales de los que se han enriquecido especulando en el boom inmobiliario, beneficiándose de los intereses de la deuda pública y con los salarios astronómicos autoasignados. En tercer lugar, el proceso debe ser controlado por abajo, por los trabajadores, para atajar directamente cualquier tipo de maniobra contable, fuga de capitales y corrupción allí donde se produzca. En cuarto lugar, la nacionalización de la banca tendría que completarse, para poder impulsar la economía, el empleo y, en general, la prosperidad social, con la expropiación de las principales industrias y monopolios del país, muchos de los cuales ya eran públicos. Sólo así se podría evitar el caos y la anarquía destructiva inherente a la propiedad privada y al modo de producción capitalista. Es perfectamente posible que la economía se rija por un plan consciente y en beneficio de la mayoría. Todas las fuerzas productivas se podrían poner en marcha para garantizar un plan de inversiones públicas en equipamientos sociales en los barrios; en un sistema público de enseñanza y sanidad gratuitas y de calidad; para desarrollar la industria, la agricultura y, cómo no, para facilitar el consumo y la inversión en pequeños negocios. Los pisos vacíos propiedad de los bancos se podrían utilizar con alquileres baratos y se resolvería de golpe el problema del acceso a la vivienda. ¿Qué problema habría, desde el punto de vista del funcionamiento de la economía, para llevar a cabo estas medidas? Ninguno, salvo que los banqueros se verían privados de sus insultantes beneficios. Esta es la alternativa que el marxismo propone frente a la política de ajustes y destrucción de la burguesía, y frente a todos los que piensan que es posible una salida en el marco del capitalismo. Pero una política alternativa necesita de un cauce organizado para fusionarse con la experiencia de millones. Hoy y ahora, las condiciones para construir una corriente revolucionaria marxista con una influencia de masas, están abonadas. Entre un sector amplio de la clase obrera y la juventud existe una ambiente muy crítico hacia el comportamiento de los dirigentes reformistas de la izquierda frente a la crisis, y por su implicación y participación en un régimen político que es una mera fachada de la dictadura descarnada del gran capital. Un ambiente que también se da en la base de los sindicatos de clase y en la del PSOE, y que en el caso de Izquierda Unida se está reflejando en un claro incremento de la intención de voto. Cayo Lara, coordinador federal de Izquierda Unida, muy acertadamente, ha exigido la dimisión de Rajoy y la convocatoria de elecciones anticipadas. La cuestión es qué hacer para conseguir este objetivo. La exigencia de dimisión del gobierno y de elecciones anticipadas debe ser completada con la convocatoria inmediata de movilizaciones para que todo el protagonismo esté en la calle, en la lucha de los trabajadores y de los jóvenes y no en este parlamento ilegítimo del que sólo pueden salir maniobras de distracción. En nuestra opinión un llamamiento claro, directo y público desde la dirección de Izquierda Unida a los dirigentes de CCOO y UGT a rectificar su actual posición, y apoyar la campaña por la dimisión del gobierno y por la convocatoria de elecciones generales, y a convocar una huelga general por estos objetivos, contaría con un respaldo masivo en la base de estos sindicatos. Sería un revulsivo político tremendo para millones de trabajadores y jóvenes. Impulsar un movimiento masivo y continuado es fundamental no sólo para conseguir tumbar al gobierno del PP sino también para que esta caída lleve a la elección de un gobierno de izquierdas, con un verdadero programa de izquierdas, que empiece por derogar todas las contrarreformas y todos los recortes a los gastos sociales impuestos por la derecha y que nacionalice todo el sistema financiero y las grandes empresas, para empezar a poner en práctica un plan de crecimiento económico y creación de empleo en beneficio de la mayoría de la sociedad. El capitalismo es horror sin fin, solía decir Lenin. Cuando esta catástrofe se extiende como una mancha de aceite por el mundo, cabe preguntarse: ¿Es esto necesario? ¿Es inevitable? Ni es necesario ni es inevitable. La razón de esta sinrazón se explica por la supervivencia de un sistema decrépito y reaccionario, el capitalismo, basado en la dictadura brutal de un puñado de grandes bancos y multinacionales. La clase obrera entenderá, en esta dura escuela de la crisis, la necesidad de volver a levantar con fuerza la bandera del socialismo, de la lucha por la expropiación de la banca, de los monopolios, de los latifundios, bajo el control democrático de la mayoría de la población. Con las palancas fundamentales de la economía bajo el control de la clase obrera sería posible utilizar toda la capacidad productiva de la sociedad y planificar de forma armónica la economía mundial. En condiciones semejantes toda la situación se transformaría de un plumazo, se lograría fácilmente suprimir la lacra del desempleo, garantizando a todos un puesto de trabajo digno. Gracias a la planificación socialista de la economía sería completamente factible la reducción drástica de la jornada laboral, sin recorte del salario, permitiendo a la mayoría de la población participar realmente en la gestión de la vida social, en la economía, en la política, en la cultura, que dejarían de ser el monopolio de la clase dominante. No existiría ningún impedimento para garantizar una vivienda pública decente y asequible, una enseñanza y una sanidad gratuitas y de calidad. Esta es la verdad que los grandes medios de comunicación de la burguesía y la ideología dominante se encargan de ocultar sistemáticamente. La conclusión más importante a sacar de la impresionante lucha de masas de estos años es evidente: todos los trabajadores y jóvenes que entendemos la necesidad de construir un referente de lucha con un programa y una estrategia revolucionaria, anticapitalista, verdaderamente socialista, tenemos que organizarnos. El socialismo es una necesidad pero no caerá del cielo. Será el producto de la acción consciente de la clase trabajadora para levantar una organización revolucionaria a la altura de las circunstancias históricas. La Corriente Marxista Revolucionaria lucha por construir esta alternativa socialista no sólo en el Estado español sino internacionalmente. A través de nuestro periódico El Militante, defendemos día a día estas ideas con nuestra intervención cotidiana en las luchas de los trabajadores, en los sindicatos y las organizaciones políticas de la clase obrera, en el movimiento juvenil y estudiantil. Participa con nosotros en la tarea más necesaria y que más merece la pena llevar a cabo: la transformación socialista de la sociedad.
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